Me parece que igual a los dioses
aquel hombre es, el que sentado
frente a ti, a tu lado, tu dulce
voz escucha
y tu amorosa risa. En cambio,
en mi pecho el corazón se estremece.
Apenas te miro,
la voz no viene más a mí,
la lengua se me inmoviliza, un delicado
incendio corre bajo mi piel,
no ven ya mis ojos
y zumban mis oídos,
el sudor me cubre, un temblor
se apodera de todo mi cuerpo y tan pálida
como la hierba no muy lejana de la muerte
me parece estar. . .
Pero todo debe soportarse si así es.